Descubre cómo la música y la literatura nos conectan con el mar

Gracias a la tierra que el mar no nos suelta

Dorothy Bell Ferrer

Quizás el agua del mar tiene tantas olas y corrientes como tiene significados en un preciso momento. Ninguna ola se repite, aunque el ritmo de las olas puede poseer una regularidad claramente establecida por las leyes del metrónomo marítimo. Ninguna ola se repite, aunque a simple vista puede haber muchas en un lugar específico que se parecen; digamos por ejemplo que en una bahía como la de Boquerón las olas todas llegan a la orilla en paz y es difícil distinguirlas. Es fácil de imaginar. Pero sabemos que hay olas que coquetean, otras que conquistan y pueden pertenecer a la misma playa. Hay olas llenas de vida y hay olas que han causado muertes. Pretendemos conocer el mar por su belleza alucinante. Es como si fuera una mujer sonriente, mayor que se permite vivir libremente canosa, así como la blanca espuma del mar, con todas las ondas naturales de su cabello. Unas personas la verían felizmente libre, mientras otras la verían como una loca disfrazada cuando quizás la realidad cuenta otra historia; su libertad podría ser hasta triste y su locura podría ser la dueña de su felicidad. El mar es tan complicado que no lo conocemos de veras, pero, aun así, muchos de nosotros terminamos de alguna manera enamorados de esas aguas enigmáticas.

El ser humano es tremendo, algo medio egoísta, un poco arrogante. Se deja llevar por la soberbia cuando nombra las cosas. A algún ser humano se le ocurrió inventar el término, “la orilla del mar” y así repetimos la cosa. Una y otra vez, al mar lo hacemos el canalla responsable del fin de la tierra. Según la frase, la orilla pertenece al mar entonces el mar margina, acaba, pone el limite y la tierra no tiene autonomía, solo puede existir a la merced del mar. Es totalmente racional pensar así gracias a las tempestades que parecen perturbar la tierra sin piedad. Las mansiones en sitios como Ocean Park de San Juan, donde la arena penetra la calle (no, el asfalto penetra la arena) y el salitre penetra las salas de las casas (no, el cemento penetra el salitre) estaban a la merced del mar cuando pasó el huracán María. La mujer dichosamente canosa, que baila sola y saluda con su sonrisa tendrá la culpa porque es un enigma en la presente época en la cual se supone que la vejez debería restringir su libertad. Los demás la convierten en un objeto de estudio, en un punto de análisis, alejándola de ellos para que puedan mantener una relación estable con lo que se han imaginado caprichosamente sobre su supuesta libertad.

Si mi argumento es que el mar no margina, tampoco debería separar entonces, aunque por siglos tras siglos ha representado la separación empezando por la que existía entre las poblaciones afrodescendientes en toda América y el sinnúmero de regiones en África. Hoy en día el mar podría representar la separación entre las diferentes familias caribeñas. En Puerto Rico cuando alguien se va a vivir a Estados Unidos se dice que “brincó el charco”, una expresión coloquial que me parece fascinante porque mientras alude a la división entre los puertorriqueños que viven en Puerto Rico y los que viven en los Estados Unidos, a la misma vez los junta porque un charco es simplemente una poza. La expresión no reduce el mar, reduce un poco la distancia metafórica entre un punto de origen saqueado y el imperio que lo saquea. El puertorriqueño que supuestamente abandonó su país, no lo abandonó, brincó un charco con la dignidad cultural intacta y puede brincar de nuevo para volver.                He utilizado muchas palabras para explicar lo que no es el mar. El mar no es la separación, no es el fin de la tierra, no margina. He excusado el mar de todo tipo de culpa, pero no lo he hecho por una admiración somera que tengo para el mar. Lo hice porque el mar, aunque represente la alegría para uno y el miedo para otro, es la verdad, un verdadero espacio de origen. Cuando nos toca entender el mundo, siempre volvemos a la verdad y la única verdad objetiva que existe es la de la naturaleza. Volvemos a mirar a la señora canosa, que anda con la vejez como si fuera una corona. Unos la llamamos libre, otros la llaman loca, pero no importa, se deja envejecer. A ella no le teme la inteligencia que posee su cuerpo. Si el mar no es lo que margina, es entonces lo que constantemente unifica, devuelve y desmiente. Maferefun Yemayá. Maferefun Olokún.

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