Descubre cómo la música y la literatura nos conectan con el mar

Diáspora: añoranzas, posibilidades y resistencias

Stephany Espinosa

¿Quién tiene la facultad y el privilegio de retornar a su lugar de origen, regresar a los afectos y afinidades que construiste con tus seres queridos, con la tierra que te vio nacer? ¿Qué posibilidades existe a partir del ahora, dentro del curso de una vida mutilada, emprendiendo un viaje a nuevos sucesos no esperados? como aquella canción de Roberto Cantoral, “La Barca”: “Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir a cruzar otros mares de locura, cuando la luz del sol se esté apagando y te sientas cansada de vagar, piensa que yo por ti estaré esperando hasta que tú decidas regresar.”  El no retorno, las añoranzas y plantearse posibilidades han sido ejes que han acompañado a poblaciones que históricamente han sido arrebatadas de sus territorios a través de la trata transatlántica desde épocas de colonización hasta las migraciones forzadas por búsqueda de mejores condiciones de vida, por persecuciones sistemáticas producidas por políticas de empobrecimiento, genocidas e imperiales; pero también ha significado la posibilidad para reconstruir nuevas dimensiones de existencia. Desde mi experiencia nacida y criada con una conexión al mar muy cercana, en territorio históricamente de descendientes de cimarrones y de migrantes antillanos en Panamá, he podido entender que muchas de las prácticas que van desde los saberes callejeros del barrio, la música, la espiritualidad, la estética, las comidas, la manera de hablar, de defenderse, de crear comunidad, están muy arraigadas a conexiones pasadas que fueron base por la supervivencia y que a día de hoy siguen dando contra a las lógicas de blanqueamiento de los estados-naciones y sus políticas de amestizamiento. Panamá, dada su forma que conecta con el océano Atlántico/Caribe como con el Pacifico, ha sido un punto geográfico que históricamente ha tenido una importancia para el comercio desde época colonial donde se podía trasladar en corto tiempo las mercancías de un océano a otro a través de las rutas coloniales, los puertos importantes como Portobelo, siendo este el lugar del Nazareno o Cristo Negro que es una figura importante para el pueblo, que cuentan sus historias a partir de la relación de los pescadores con el mar; otros sitios como el Archipiélago de las Perlas donde comerciaban perlas que eran buceadas en el fondo del mar por grupos esclavizados que servirían para vestir a la corona, hasta lo más contemporáneo que ha sido la construcción del canal de Panamá, proyecto primero tomado por los franceses y luego por los gringos, que significó muertes masivas a causa de enfermedades como malaria, fiebre amarilla y por uso de explosivos para abrir paso en la tierra, consecuencias de la intervención en las selvas húmedas que conectan la provincia de Colón que es el Caribe y atlántico y la provincia de Panamá que se ubica en el pacifico; estos ejemplos de prácticas de extractivismo marcaron las pautas por las que hoy podemos ver a cientos de poblaciones marginalizadas y despojadas de sus territorios para beneficio de la blanquitud, la misma que promueve discursos de “conservación ambiental”, las políticas de turismo y de megaproyectos de hidroeléctricas como el de “Barro Blanco” contra la población Ngäbe – Buglé, los despojos en las islas de Pedro Gonzales y San Miguel o la prohibición de las zonas costeras como las del barrio del Chorrillo y San Felipe, que bajo procesos de gentrificación se negó el uso del mar, que constituía una fuente de ingresos económicos, de conexiones culturales y espirituales, de construcción de la propia identidad y la cercanía; grupos de pescadores que se embarcaban en alta mar, las procesiones a los santos en el mar, las ventas de comida callejeras que venía del mismo, los momentos y espacios lúdicos de los pelaitos que se lanzaban a nadar aun con la marea alta pero que se conocían ya el ´swing´ de las olas.

Podemos encontrar en estos principales barrios tanto de los grupos negros antillanos de habla inglesa/francesa como de los grupos negros asentados desde la colonia, que las epistemologías, la construcción colectiva e identitaria convergen y se hacen cercanas, terminando en puntos de encuentros que posibilitan la resistencia contínua, uno de esos puntos que rescato es el acercamiento con la música; dado que los relatos nacionalistas y de las construcciones étnicas del estado panameño han buscado esencializar los grupos y reducirlos a categorías estáticas e inmutables para beneficio de sus relatos nacionales de “crisol de razas”, pero también han hecho papel en la homogenización a través del relato “mestizo”, es entonces de suma importancia rescatar que estas prácticas culturales con la música van deshaciendo a través del cuerpo y el ritmo estas políticas de asimilación y de esencialismos. El viaje musical a través del mar, ya sea influenciada por la misma o como referencia en los cantos y bailes, como el caso de los congos de Colón y Curundú, el Bullerengue en Darién y a su vez la conexiones diaspóricas con antillanos que migraron al istmo y que influenciaron la música popular de los ghettos de la ciudad como fue el caso del dancehall y el reggae en español, siendo Panamá pionera de este último y así otras influencias como el calypso, el socca, y lo que acá le llamamos “música haitiana”, elementos que se corean, bailan y sienten aun si no se comprende su significado, pero terminan por adoptarse al español y crear sentido de pertenencia, de afinidad e identidad, no importa dónde te encuentres luego; las diferencias se desdibujan en estos espacios de convergencia y se vuelven puntos de encuentros y posibilidad donde el cuerpo es la referencia.

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